Ya sé que la palabra no es “Concilio de Roma”, pero a mí me gusta más la idea de eso: cónclave,convención, junta, asamblea; todos sinónimos de concilio. Y pienso en el cónclave que se ha establecido entre la abogada y la arquitecta. Sí, estas noches se han convertido en eso.
Nos juntamos casi por azar. Por un azar que no logro entender, diría Julio Cortazar, en esa magistral declaración de “...tu boca, toco el borde de tu boca...”. En fin, por azar o no, se juntan estas dos visiones del mundo tan diversas y se disponen una frente a la otra, una al costado de la otra, espalda contra vientre, pecho sobre vientre y exponen, proponen, disertan; se establece el diálogo.
Nos juntamos casi por azar. Por un azar que no logro entender, diría Julio Cortazar, en esa magistral declaración de “...tu boca, toco el borde de tu boca...”. En fin, por azar o no, se juntan estas dos visiones del mundo tan diversas y se disponen una frente a la otra, una al costado de la otra, espalda contra vientre, pecho sobre vientre y exponen, proponen, disertan; se establece el diálogo.
Un diálogo que no se hace sólo con palabras: diálogo hecho sobretodo de gestos, de movimientos, de idas y vueltas, como si el “derecho romano” y el “número aura”, no fueran esencia sino un punto que se funde en sí y para sí mismo. Mágico consenso el tuyo y el mío.
Diálogo-magia-derecho-arquitectura; encuentro la fuente para establecer la mejor ruta, para reconocerse sin luz y en penumbra, para recorrerse sin prisas y con violencia, para escucharse y conmoverse, para replegarse y abrirse.
Te abres como lo hacen las alas de mis mariposas, me enseñas a posarme y, en revoloteo tierno, a tocarte apenas con mis dedos que son mis alas. Me muestras el mejor argumento: “ahora necesito que me toques”. Necesito. Necesito.
Y, como si todo fuera un vaivén, me sumerjo en un viaje por la izquierda y la derecha; por tus pechos de joven montaña por los que trepo, me encaramo, subo en círculos temblorosos, corro, alcanzo, corro, y, ya sin aliento, llego a beberme de tu fuente hasta la última gota.
Te abres como lo hacen las alas de mis mariposas, me enseñas a posarme y, en revoloteo tierno, a tocarte apenas con mis dedos que son mis alas. Me muestras el mejor argumento: “ahora necesito que me toques”. Necesito. Necesito.
Y, como si todo fuera un vaivén, me sumerjo en un viaje por la izquierda y la derecha; por tus pechos de joven montaña por los que trepo, me encaramo, subo en círculos temblorosos, corro, alcanzo, corro, y, ya sin aliento, llego a beberme de tu fuente hasta la última gota.
Me detengo, dejo de pensarte. No quiero pensarte, no quiero, pero odio estos segundos de recuerdo. Porque mi piel te desea, mis dedos quieren apretarte fuerte, mis labios quieren mirarte, y escuchar quieren mis manos ese asombroso “necesito”.
Ana-concilio-Ana